De cómo se destruyeron iglesias en Madrid

Por guardiadecorps, Lun, 15/03/2021 - 21:14

Es curioso como en tiempos pre-electorales surgen voces que tratan de configurar un discurso políticamente interesado en torno a la destrucción patrimonial, concretamente de Arte Sacro, en el siglo XX, pretendiendo culpar o atribuir toda la responsabilidad a un sector de la población.

Concretamente, se trata de crear una permanente tensión en la que se acusa de la ominosa destrucción de iglesias en el período de la II República Española y la seguida Guerra Civil a uno de los dos bandos, pretendiendo extender a la actualidad esa beligerancia entre los actuales bloques políticos. Ya lo avanzo: el argumento es falaz.

Esta reflexión no pretende ser exhaustiva, pero sí me gustaría elevar una queja por el uso o abuso en el empleo del Patrimonio Histórico y Cultural como rehén en los debates partidistas, que nada tienen que ver en la actualidad con los sucesos de aquella época.

Primera cuestión: ni la Iglesia goza de la misma fuerza política hoy en día respecto al primer tercio del siglo XX, ni sociológicamente existe la misma relación con la sociedad. Hoy en día, muchas personas no creyentes, son sin embargo grandes defensoras del Arte Sacro y el Patrimonio Cultural religioso desde una perspectiva respetuosa y un interés histórico y artístico y un sentido plenamente cultural y de identidad estética.

Segunda cuestión: el Patrimonio Sacro se ha visto vandalizado o destruido por muchos y diferentes motivos en distintos períodos de la Historia, por lo que es injusto achacarlo únicamente a los “anticlericales”.

Veamos un pequeño repaso:

Si durante el gobierno -llamado “intruso” en la época- de los franceses, el “rey plazuelas” José I Bonaparte, derribó multitud de conventos y las posteriores desamortizaciones se llevaron por delante otros tantos conjuntos religiosos, no podemos obviar que la iglesia más antigua y primigenia de Madrid, Santa María de la Almudena fue derribada por la propia iglesia, al dar comienzo a la construcción de la actual Catedral de la Almudena.

Bien es cierto, que por motivos urbanísticos se derribaron obras de la envergadura del famoso Convento de la Trinidad, por parte del Estado (con el traslado del Ministerio de Fomento a Atocha); o el de Santo Tomás, por iniciativa del promotor inmobiliario y arquitecto, señor Marqués de Cubas que destruyó la histórica Santa Cruz y la trasladó a Santo Tomás, haciendo en el resto de ambos solares varios edificios de viviendas.

 

Otros como el histórico monasterio de Santo Domingo el Real, con ábside mudéjar medieval y coro de Juan de Herrera fue derribado, muy a pesar de Cánovas del Castillo, quien lo defendió con ahínco desde el propio gobierno sin éxito, con la finalidad exclusiva de hacer casas y abrir la actual calle Campomanes.

Muchos conventos históricos como el que acabamos de mencionar o el también gótico de la Concepción Jerónima fueron trasladados al Ensanche, por tener menor valor el suelo y estar en zonas en embrionario desarrollo urbanístico. Curiosamente el de la Concepción, fue nuevamente demolido en los 70 y trasladado a la zona de Tres Cantos, ya que su solar en Ortega y Gasset esquina Velázquez, se había revalorizado de manera exponencial.

Sin duda, la convulsión asociada a las tribulaciones políticas en la República y durante la propia Guerra Civil conllevó unos daños terribles al ya mermado Patrimonio Sacro de Madrid. Conviene, sin embargo, señalar la cantidad de edificios que se vieron dañados por los efectos de la propia Guerra, como la destrucción de la iglesia de la Torrecilla en la Real Casa de Campo, por hallarse en medio del fuego cruzado; u otros templos destruidos por los bombardeos franquistas, como la tan popular iglesia de San Sebastián de la calle Atocha o la antigua San Pedro ad vincula de la Villa de Vallecas, además de otras dañadas como el Buen Suceso de la calle Princesa, reparada y demolida posteriormente, en 1974, para otra operación urbanística en pleno franquismo.

Fueron por desgracia pasto de las llamas por parte de milicias descontroladas algunas maravillas como San Andrés, San Luis Obispo, la colegiata de San Isidro o las Escuelas Pías de San Fernando, entre otras muchas.

También durante la Guerra, otros templos como San Francisco el Grande sirvieron de lugar de concentración de bienes artísticos para su salvamento, que además no sufrió ninguna pérdida propia.

Ya en tiempos de la dictadura franquista, acabó en cambio siendo saqueada -gracias a las nuevas doctrinas del Concilio Vaticano II- la aneja capilla del Cristo de los Dolores, de la Orden Tercera, conservada intacta desde su construcción hasta 1968.

La Iglesia, en su intento de renovación teológica, mutiló riquezas artísticas y se deshizo de valiosas piezas. En este caso, los retablos laterales fueron vendidos en el Rastro, y el baldaquino -desmontado- se salvó “in extremis” con otras piezas de arte por su declaración como Bien de Interés Cultural en 1969.

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En resumen, las vicisitudes del Patrimonio Cultural son de origen múltiple, y en cuanto al religioso, por su riqueza y abundancia pasadas, han sufrido especialmente en muchos momentos de la historia: por sustitución de los edificios, por especulación inmobiliaria, por convulsiones sociales, guerras, desamortizaciones, accidentes, corrupciones…

Incluso recientemente hemos visto destruir en 2014 -a pesar de los esfuerzos de Madrid Ciudadanía y Patrimonio- los increíblemente bien conservados restos del convento del Carmen, o el noviciado de las Damas Apostólicas, que por fortuna -y de nuevo gracias a esta asociación- se pudo frenar a tiempo, habiéndose conseguido salvar un 70% del edificio.

Así pues, queda aún mucho por estudiar y estudiar sobre la pérdida de estos Patrimonios, y para generar conciencia de su fragilidad, baste comparar dos casos de época y estéticas similares destruidos en dos situaciones totalmente distintas: la parroquia de Nuestra Señora de la Presentación (vulgo Niñas de Leganés) y la Colegiata de San Isidro.

La primera, iglesia parroquial de una institución de beneficencia, fue innecesariamente derribada hacia 1911 con las obras de la Gran Vía, debido a un capítulo de corrupción de su propio administrador, y la segunda, templo de culto dedicado al patrón de Madrid parcialmente incendiada en 1936 por milicianos durante la Guerra Civil.

Son dos ejemplos que nos hablan de cómo los intereses espurios o los actos más viscerales alimentados por el odio, pueden destruir nuestro acervo cultural y nuestra memoria urbana e histórica.

Para concluir este sucinto resumen, quedémonos con un bello ejemplo: la iglesia de las Calatravas que estuvo a punto de ser destruida hacia 1932 por una compañía extranjera para levantar viviendas. Se consiguió felizmente frenar y hoy es una de las joya barrocas que nos quedan en el paisaje.

Nos importa mucho hablar de memoria, de conciencia urbana, de civismo y compromiso patrimonial, porque de todo ello depende nuestra identidad, y nuestra responsabilidad ciudadana -y por qué no, democrática- de mantener un legado del que las personas somos simples depositarias.

Tenemos una obligación con nuestro legado cultural, y debería ser objetivo común de todas las personas y sus representantes de un lado al otro del arco parlamentario.

 

Madrid, 14 de marzo de 2021.

Álvaro Bonet, vicepresidente MCyP

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