El Teatro de la Zarzuela fue promovido como espacio propio para este género lírico por los compositores Francisco Asenjo Barbieri y Joaquín Gaztambide, el cantante Francisco Salas y el letrista Luis Olona, con financiación del banquero Francisco de las Rivas, cuya hija colocó el 10 de marzo de 1856 la primera piedra del nuevo coliseo diseñado por el arquitecto Gerónimo de la Gándara. Sin embargo, las obras fueron ejecutadas por José María Guallart Sánchez –impuesto por Rivas- según un proyecto que modificaba la fachada prevista por Gándara, alterando las proporciones al reducir la altura del piso principal, que enriqueció con una serie de semicolumnas jónicas que flanquean los cinco ventanales en medio punto del foyer y se duplican en los extremos para enmarcar sendas hornacinas con figuras alegóricas. Guallart eliminó también las galerías laterales que enmarcaban la fachada –retranqueada para crear un patio de carruajes a modo de anteplaza privada que añade prestancia a la composición-, limitándose a revestir las medianeras que quedaban a la vista. La planta del edificio sigue el modelo tradicional, con ingreso a través de un pórtico de cinco arcos que dan paso a un gran vestíbulo con dependencias anejas, desde el que se alcanza un distribuidor de doble altura con escaleras a ambos lados, tras el que se dispone la sala en forma de herradura -con nuevas escaleras en los hombros para acceder a los palcos, según el modelo de la Scala de Milán- enfrentada a un gran escenario de planta rectangular. Sin embargo, la irregularidad del solar obligó a desplazar a un lateral los camerinos y otros espacios de servicio, que cuentan con entrada independiente por la calle de los Madrazo. Como es habitual, la decoración interior se concentraba en los antepechos de las cuatro filas de palcos y en la embocadura, destacando el techo pintado por Manuel Castellano y Francisco Hernández Tomé. El edificio fue inaugurado el 10 de octubre de 1856, fecha del cumpleaños de la reina Isabel II, y se convirtió en el escenario preferido para los estrenos de zarzuelas, que se suceden a ritmo vertiginoso pero con escasos éxitos. En 1866 se realizan nuevas pinturas para el techo a cargo de Francisco Plá, que también pinta un nuevo telón, que será sustituido en 1900 por otro ejecutado por Manuel Marín Magallón.
Por desgracia, en 1909 un incendio destruye casi totalmente el edificio, quedando en pie los muros perimetrales y la fachada, por lo que tuvo que ser reconstruido por el arquitecto Cesáreo Iradier Uriarte, que respetó la distribución interior sustituyendo la estructura de madera por otra metálica, lo que le permitió resolver en voladizo las galerías de los palcos, eliminando los pilares que dificultaban la visibilidad; también sustituyó sus antepechos por barandillas caladas de fundición y cerrajería, y decoró el techo con guirnaldas de escayola que dibujan coronas florales de carácter modernista en torno a las lámparas eléctricas de iluminación, mientras que al exterior decoró con esgrafiados las enjutas de los arcos. El teatro volvió a abrir sus puertas en 1913 a cargo de nuevos propietarios que en 1955 lo venden a la Sociedad General de Autores de España (SGAE), que encargó a los arquitectos Antonio Vallejo y Fernando Ramírez Dampierre una reforma en profundidad en la que se modificaron las escaleras y toda la decoración interior. En la fachada se sustituyeron los arcos por dinteles rectos, respetando sólo la decoración del piso principal, con la incorporación de unos paños en las enjutas y unos trofeos musicales en los tímpanos. Poco después, la instalación de una gran marquesina volada vino a interrumpir la superposición de huecos del alzado original. En 1963, el teatro es adquirido por el Estado, que lo entrega al Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM) dependiente del Ministerio de Cultura; sufriendo entre 1983 y 1987 una nueva reforma a cargo de Felipe Delgado Laguna, que afectó principalmente al escenario y su caja escénica -recrecida para permitir montajes operísticos y suplir así la ausencia de un teatro dedicado a este género en Madrid-, limitándose a restaurar las decoraciones de la sala, vestíbulos y fachada. A pesar de todas estas reformas el edificio fue declarado Monumento Nacional en 1994, en atención también a su importante trayectoria musical, y cuatro años después –tras la reapertura del Teatro Real- volvió a ser rehabilitado para destinarlo en exclusiva a la lírica española.
