Una ciudad como Madrid debería buscar fórmulas para no perder su red de comercios tradicionales. No es que estén obsoletos o hayan pasado de moda, no. Lo cierto es que muchos de estos establecimientos centenarios, supracentenarios o -aunque no llegue- con décadas de vida, son pequeñas empresas familiares. Muchas no encuentran "vocación" en sus descendientes, que se ven inspirados por otras profesiones y no continúan la saga familiar.
El Ayuntamiento de Madrid debería plantearse seriamente qué hacer con estos locales, que dan a la ciudad histórica un aspecto autoconsciente, secular, en el que esa continuidad configura un paisaje de memoria histórica colectiva.
Esos sitios a los que un día iban nuestras generaciones pasadas, y que al paso del tiempo vencen lo efímero de la vida y se dan el testigo entre épocas distintas. Así, siguen existiendo en la era tecnológica alpargaterías, droguerías, mercerías, librerías, camiserías o colmados.
La variedad de comercios tradicionales que habían sobrevivido a la Guerra Civil, a la hambruna, a los vaivenes políticos, a la depresión del 98, a la Crisis del Petróleo, etc., eran auténticas joyas de otros tiempos que hemos tenido la magnífica oportunidad de heredar. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, la presión de franquicias, grandes empresas, supermercados, grandes firmas de ropa, unido al fin de la prórroga de las rentas antiguas, han hecho caer multitud de esos comercios y desaparecer.
Esa pérdida es tirar por la borda la memoria histórica urbana y social del Madrid galdosiano, del Madrid que hemos conocido, y que ya nadie más podrá conocer.
Uno de los últimos cierres, en primavera pasada ha sido Palomeque, una tradicional tienda de artículos religiosos fundada en 1873, en la esquina de Arenal con Hileras, muy cerca de donde se había alojado Pérez Galdós a su primera llegada a Madrid en 1862.
Palomeque no sólo trabajaba el suministro de tallas e imaginería, también fue conocida por sus soldaditos de plomo, un artículo tan querido en la infancia de mucha gente, en la que los juguetes eran de madera o de metal. También vendían figuritas de nacimiento en Navidades.
Por desgracia, todo eso ha desaparecido; se ha perdido otro local histórico más: Palomeque echó el cierre el pasado 26 de mayo de 2018.
El Ayuntamiento debería censar estos comercios y establecer algún tipo de red municipal con garantías legales, que sin alterar su propia naturaleza de comercio, garantizase, o al menos impulsase su continuidad.
La ciudad cambia, es inevitable, pero algunas cosas deberían permanecer como riqueza colectiva, y esas cosas son precisamente los locales que han sobrevivido en definitiva a la modernidad.
Detalles de la decoración y el mobiliario originales de la tienda, antes de su cierre.
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