El arquitecto Jaime Nadal reflexiona sobre la pérdida de esta obra emblemática de la arquitectura moderna madrileña.
Madrid 22 de febrero de 2017
Parece ser que la ‘Casa Guzmán de Sota’ la derribaron en 2015 y que unos estudiantes de arquitectura a los que se les había encomendado un ejercicio sobre el edificio no fueron capaces de encontrarlo en la Urbanización donde se erigía, hallando en su lugar un bodrio constructivo.
Bien, eso ocurrió hace ya un par de años, hoy, ayer, un día de estos toda la comunidad arquitectónica madrileña, nacional, mundial, recibe la noticia de que aquello que parecía ser un error de unos alumnos era un hecho cierto, la casa Guzmán se había metamorfoseado en un caserón sin interés.
¿Como puede desaparecer a la vista de todos un edificio loado, publicado, conocido, un ejemplo de la arquitectura renaciente? ¿Acaso David Copperfield el mago de las desapariciones había pasado por la Urbanización Santo Domingo y la había sustraído para su propio disfrute? Buena elección.
No, no fue David Copperfield quien limpiamente, etéreamente había volatilizado la ‘Guzmán’, fue una vulgar piqueta, o una excavadora o unas macetas aporreadoras de punteros destructores los que habían acabado con la obra de arte, con el ejemplo arquitectónico realizado por uno de nuestros insignes hacedores del género, un artista, un arquitecto inteligente.
Conocí a Sota hace muchos años. muchos antes de entrar en la Escuela de Arquitectura, era conocido de mi familia a través de sus relaciones con Aviaco, ya en la Escuela fue mi primer profesor de Proyectos, iniciando el curso con un ejercicio sobre una casa de 9x9m, una vez cada cierto tiempo daba una charla monotemática ilustrada con imágenes, muchas tomadas con su Rolleiflex de 9x9 que tan mala pasada le jugaron tiempo después en su lamentable oposición a la cátedra de proyectos frente a Alba, Donaire y Moneo, que sacaron plaza por ese orden, y otros que como él se quedaron en el camino, al no funcionarle correctamente el proyector, hecho muy repetido porque estas magnificas tomas de gran formato solo podían proyectarse en aparatos de escasa comercialización, lo que hizo que se pusiese nervioso y su exposición fuese deslucida. Todas estas charlas en su conjunto constituían una especie de ‘corpus architectonico’ cronográfico en el que exponía con detalle ejemplos que consideraba hitos de la arquitectura moderna, la última de ellas trataba sobre Buckmister Fuller. Especial interés tuvieron las del Pabellón de España en Bruselas en el ‘58 y la residencia de Cristalera Española en Miraflores de la Sierra. De ambas eran autores los arquitectos José Antonio Corrales y Ramón Vázquez Molezún, en la segunda de las cuales había colaborado con ellos. Los admiraba y no ahorró elogios en ambas. Seguimos.
Todo elemento arquitectónico tiene un principio, un visado, una licencia, una construcción, y un fin, un visado, una licencia, una destrucción. Para cada una de estas fases la sociedad ha establecido una serie de agentes que han de entender y conceder los permisos correspondientes para evitar desmanes, para defenderse de la propia sociedad.
No ha funcionado, el sistema falla, no es capaz de evitar desmanes como este. ¿Por qué? ¿Por qué una serie de cauciones previstas para garantizar la permanencia de nuestros epígonos culturales se desmoronan y se convierten en herramientas ineficaces y carísimas? ¿Lo eran ya desde su concepción? ¿Estaban mal pergeñadas? ¿No eran las adecuadas? ¿O bien se han corrompido, han alcanzado el punto entrópico en el que su energía que ni se crea ni se destruye ya no nos resulta eficaz?
Probablemente ni estaban bien concebidas ni han sabido cumplir con el deber que la sociedad les asignó. La sociedad, el conjunto de los ciudadanos, delega su soberanía en una serie de instituciones que han de ser las veedoras de los diversos aspectos que conduzcan a una sociedad mejor. Todo ha fallado.
No es necesario abundar sobre la delegación al COAM del visado arquitectónico que le permite conocer puntualmente cualquier acción que dentro del campo de sus competencias se produzcan en su demarcación. Urbanización Santo Domingo incluida.
Es de público conocimiento que los ayuntamientos otorgan las licencias de construcción y destrucción.
Si el uno hubiese puesto sobre aviso a la sociedad del desmán, si el otro hubiese ejercido sus funciones realizando una catalogación adecuada de sus bienes, posiblemente la destrucción se hubiese evitado, o no se hubiese evitado pero se podía haber hecho un funeral digno, un adiós a un ser querido y necesario.
De este desastre son víctimas especialmente desprotegidas las obras con arquitectura vanguardista o simplemente actuales, se defienden mejor las añejas o las que pasan camaleónicamente por las comisiones encargadas de velar por nuestro buen gusto.
Yo vivía en una de esas casas ‘modernas’, mis padres la construyeron en San Agustín de Guadalix en el año 1954. Mi padre era ingeniero de caminos y tenía mucha relación con profesionales de todo el mundo, especialmente para el caso que nos ocupa con Frank Lloyd Wright, a quien junto con Eduardo Torroja visitaba en Taliesin, y con Richard Neutra, que venia por el Instituto de la Construcción y del Cemento, (hoy ‘... Eduardo Torroja’) cuyas casas americanas eran el paradigma de la ‘dreaming architecture’ especialmente su ‘Casa en el desierto’ para E.J Kaufmann (que una década antes había encargado a F.L.Wright la ‘Casa de la Cascada’), blanca, de líneas elegantes y con grandes superficies de vidrio, sueño casi inalcanzable en esos años en nuestro país. Nuestra casa no tenia tanto vidrio pero era blanca y de líneas elegantes y estaba casi en el desierto, en el páramo castellano, se llamaba Etxemendi porque mi madre era vasca y lo de ‘casa del monte’ en vasco quedaba bien, el arquitecto fue Gonzalo Echegaray Comba, colaborador en muchas obras de Torroja y autor junto con Manuel Barbero Rebolledo de ‘Costillares’, que era el nombre de pila del Instituto de la Construcción, una especie de sueño americano perdido en el marasmo hispánico, una especie de ‘Taliesin Fellowship’ con su arquitectura impactante y sus investigadores regidos por Torroja, que además de ser su fundador y director, tenía en él su oficina de proyectos y en cierto modo era una especie de ‘hogar común’ de todos ellos. Había dormitorios para poder pasar las noches de trabajo y piscina y campos de deportes, salas de esparcimiento y un magnifico comedor todo ello en una arquitectura que asombraba a los visitantes y era disfrutada por sus usuarios. Creo que queda el edificio, lo veo cuando paso por la M30, pero como dijo Alvar Aalto, padre putativo de éste y otros muchos epígonos, cuando el gobierno Soviético le invitó a restaurar la biblioteca de Viipuri que había sido arrebatada a los finlandeses y muy dañada durante la guerra ´... NO, ESTE EDIFICIO HA PERDIDO SU ARQUITECTURA’. No se puede erigir juez de lo que se tira, se conserva, se usa, se está y cómo, si no se entiende esa frase, y es muy difícil de entender.
A la muerte de mis padres vendimos la ‘casa del monte’ por no poder hacer frente a los gastos que originaba, y hoy, desvirtuada, con una cubertura de tejas donde había limpios planos de cubiertas y modificaciones vergonzantes que la hacen irreconocible, cumple como puede, mal, su papel como mesón para celebración de bodas multitudinarias con su consabida carpa y sillas enteladas en el jardín. No estaba catalogada, pero era una buena obra de arquitectura, demasiado ‘moderna’ como la ‘Casa Guzman’.
Hay muchas obras que ‘pierden su arquitectura’, su ‘knack’ como en la obra de Jellicoe y desgraciadamente no la vuelven a recuperar. El Pabellón de Bruselas tirado en la Casa de Campo de Madrid y la residencia de Cristalera Española la han perdido, lo mismo ocurre con los talleres ‘TABSA’de Barajas o la ‘Casa Varela’ de Torrelodones, otras han simplemente desparecido sin dejar rastro como la ‘Casa Arvesú’ en la calle del Doctor Arce.
Cuando Sota hizo la ‘Casa Guzmán’ que algunos han tildado de ‘tardo-moderna’(1971), otros de ‘oscura’ o ‘llena de humedades’, ‘cara de mantener’ y otras beldades al estilo, realmente hizo la casa que tenía que hacer, sus líneas limpias y parcas en gestos, texturas simples y comedidas, monocromática, texturada, no blanca pero con elementos blancos, grandes huecos acristalados pero funcionalmente protegidos, limpiamente protegidos, la poética de sus barandas sobrerrayando lo construido, el continuo natural extendido por la cubierta, son el compendio de lo que el arquitecto ha hecho suyo, es ‘su forma de hacer’ con cuidadosas incursiones renovadoras, experimentaciones medidas que denotan evolución, cosas se quedan y cosas se van, el tiempo pasa y el tiempo permanece, las claraboyas de pasillos y baños emergiendo en medio del jardín colgante son hijos de una época, el hundimiento de la construcción creando un perfil bajo y dando origen al campo terraplenado que penetra en el interior y configura el nuevo horizonte ya lo habían experimentado Corrales y Molezún en la ‘Casa Huarte’ y Oiza en la ‘Casa Echeverría’ y ahí funcionaba, y el juego asombroso de correderas que cierran y abren las terrazas de estancia serian inentendibles sin considerar su contacto con los hangares de Aviaco e Iberia. Hay humedades, claro que hay humedades, como ocurre en cualquier objeto falto de mantenimiento, es poco para un edificio con 45 años, y supongo que también la instalación eléctrica se habría quedado obsoleta y las correderas se atascarían mas de una vez, claro. Lo bueno es caro pero el que lo aprecia se ve compensado con creces y trata de disfrutarlo y siempre estará orgulloso de haberlo poseído. ‘La amé porque era mía’
Nada se ha hecho y nada se puede hacer ya, ni se hizo ni se hará. Seguiremos siendo los mismos.
Jaime Nadal
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