Desde Madrid, Ciudadanía y Patrimonio queremos dar un toque de atención con el paseo del Prado, que como el clan de los ediles pretenciosos y soberbios no pudo “horromodernizarlo” con un proyecto de reforma cuyo botón de muestra, visible en la plaza de las Cortes y la mitad norte del paseo de Recoletos, no sólo no ha gustado a casi nadie sino que ha espeluznado a bastantes ciudadanos.
Como la crisis no permitió hacer la ambiciosa y polémica reforma; al gran salón urbano que ideó José de Hermosilla en 1767 y completó Ventura Rodríguez a lo largo de quince años, lo tienen marginado como a un hijastro poco querido, que atienden lo mínimo –por el qué dirán- pero sin ningún convencimiento, y hasta con cierta inquina de fondo. Hay que reivindicar una recuperación modesta y razonable, que con la vigésima parte de lo que se pensaba gastar, pueda devolver su esplendor a uno de los paseos más bellos de Europa.
La actual conformación del Paseo del Prado se debe al arquitecto Herrero Palacios que remodeló en los años cuarenta un lugar que tras la Guerra Civil había perdido buena parte de sus cualidades. Este arquitecto, que dirigió el diseño urbano en Madrid durante varias décadas tiene sus luces y sombras, es el autor del parque del Templo de Debod, que no está mal, y también de los jardines de la plaza de Colón, que están peor.
En el Prado hizo una urbanización bastante digna, al cambiar lo que era una alameda dieciochesca de terrizo con árboles y arriates florales, clásica en los bordes de tantas ciudades españolas, por un paseo con carácter metropolitano, adecuado a la situación de centralidad que adquirió el Prado al prolongarse la ciudad hacia el Este con los barrios de los Jerónimos y del Retiro.
Empleó buena cantería de granito y piedra de Colmenar, enlosados de piedra y terrazo, y recogió elementos preexistentes como los bancos que diseñó para el Prado Ventura Rodríguez, o los bancos con balaustres y pilonos que flanqueaban el paseo entrando desde Cibeles, que al parecer se levantaron a finales del siglo XIX con las piedras procedentes del derribo de la puerta de San Vicente, y que Herrero Palacios replica poniendo otro grupo del lado de Correos, y completa con unos herrajes con farolas de cristal fluorado, que ahora el Ayuntamiento en su afán homologatorio (y empobrecedor) ha sustituido por fanales fernandinos.
También crea otros bancos de piedra con respaldo rodeando unas zonas de juegos infantiles a lo largo del andén de la fuente de Apolo y frente al Prado hace unos bancos semicirculares de piedra de Colmenar que estaban pensados para grupos de conversación o descanso de los visitantes del museo. Están inspirados en el modelo de Ventura Rodríguez, y en su origen se rodeaban por unos tupidos setos de ciprés cuidadosamente recortados en semicírculo, que aislaban los bancos entre sí, y a su vez del tráfico.
El caso es que el proyecto del alcalde Gallardón para remodelar el paseo impuso la nefasta política de considerar todo el paseo existente como material de derribo para hacer una modernización que nadie había pedido, con la consecuencia de que ni se cuida ni se restaura lo existente.
Y así está el Prado, con el sotabanco corrido de la verja del Botánico enterrado en cemento, las aceras rotas y mal parcheadas, los bancos semicirculares mellados, devastados y privados de los setos que los acompañaban, las farolas sustituidas por fernandinas de catálogo con luz naranja, los perfiles de los andenes recortados mil veces con las formas más absurdas para facilitar los giros de los coches, la jardinería empobrecida al máximo.
Un total desastre, que de todos modos se arreglaría bastante económicamente con restaurar lo que ya hay, cuidando mejor la jardinería, ampliando las aceras laterales y quitando algún que otro carril al tráfico rodado.
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