Comunicado
contra el monumento al legionario
Con motivo del centenario de la fundación de la Legión, la Fundación Museo del Ejército ha encargado al escultor Salvador Amaya realizar una escultura conmemorativa a partir de un boceto del pintor Augusto Ferrer Dalmau que representa a un legionario de 1921, con el objetivo de entregársela al Ayuntamiento madrileño para que la instale en un espacio público de la capital y sirva de modelo a diversas réplicas que se instalarían en diferentes acuartelamientos.
Sin embargo, al escoger esta imagen para el monumento no se están celebrando los primeros cien años de una división del Ejército que actualmente participa en misiones internacionales bajo un gobierno español democrático, sino su creación como cuerpo expedicionario en la Guerra Colonial del Rif (1909-1927), uno de los episodios más sangrientos, antidemocráticos, y racistas de la Monarquía de Alfonso XIII y la Dictadura de Miguel Primo de Rivera. En ese conflicto la Legión fue responsable de terribles crímenes de guerra en el antiguo protectorado español del norte de Marruecos, donde participó de forma despiadada en actos como el gaseamiento de la población civil con armas químicas prohibidas por el Tratado de Versalles, y realizó razias contra la población nativa en la retaguardia rifeña, violando sistemáticas a las mujeres, y asesinando a los prisioneros, en muchas ocasiones decapitados y mutilados para usar sus cabezas y extremidades como trofeos de guerra. Esos mismos crímenes perpetrados por unidades militares, tabores africanistas y tercios de la Legión se repitieron posteriormente en la península, para sofocar la Revolución de Asturias (1934), y durante la Guerra Civil española (1936-1939) en lugares como Extremadura y singularmente en Badajoz.
A día de hoy, cuando los países europeos de nuestro entorno, como Francia, Italia, Alemania, Bélgica u Holanda, hacen examen de conciencia y piden perdón por los crímenes cometidos en la colonización africana, resulta inadmisible que España se proponga glorificar una guerra injusta y especialmente cruel para ambos bandos, pues no se puede olvidar que las tropas regulares españolas estaban formadas por soldados de reemplazo de las clases populares que no podían pagar la cuota que permitía eludir el destino africano, donde fueron víctimas de las cabilas rifeñas que defendían su territorio, como recuerdan episodios tan trágicos como la matanza del Barranco del Lobo o el “desastre de Annual”.
Dados estos antecedentes queda claro que el único monumento admisible respecto a la Guerra del Rif debería estar dedicado a las víctimas de ambos bandos, en vez de exaltar a sus victimarios. España debería activar políticas de cooperación económica y cultural con la población de su antiguo protectorado en el Rif, para que el pasado sangriento y colonial se convierta en un futuro de entendimiento y solidaridad.
Por todo esto resulta inadmisible que el Ayuntamiento de Madrid presidido por Martínez-Almeida acepte la escultura ofrecida por la Fundación Museo del Ejército, pues su política de memoria monumental y conmemorativa no debe exaltar el odio, la violencia extrema, el racismo y el supremacismo inherentes a las guerras coloniales ni deslizarse por senderos antidemocráticos y contrarios a los Derechos Humanos, sino que debe consensuarse con la ciudadanía para reflejar la imagen que desea ofrecer –y ofrecerse- la sociedad democrática actual, y no formarse de aluvión mediante la asunción de donaciones efectuadas por aquellos grupos o estamentos que pueden costearlas.
Tampoco es admisible la anunciada instalación del desafortunado monumento en la emblemática plaza de Oriente, que ya cuenta con numerosos y valiosos elementos conmemorativos, dedicados al rey Felipe IV (obra maestra de la escultura barroca europea realizada por el escultor italiano Pietro de Tacca con la intervención final de su hijo y discípulo Ferdinando, y la colaboración del célebre físico y matemático Galileo Galilei), y –precisamente- a dos víctimas tempranas de la Guerra del Rif: el Capitán Melgar (del escultor Julio González Pola), y el cabo Noval (magnífica pieza de Mariano Benlliure pendiente de una próxima restauración); además de las estatuas dedicadas a diversos reyes procedentes de la serie realizada para coronar el vecino Palacio Real.
Además, la propia plaza constituye uno de los mejores conjuntos urbanísticos de la ciudad desde su ordenación a mediados del siglo XIX (a pesar de alguna desafortunada intervención posterior), estando rodeada por valiosos edificios públicos como el citado palacio (posiblemente el mejor de Europa del siglo XVIII), el Monasterio de la Encarnación y el Teatro Real, todos ellos declarados Bienes de Interés Cultural (BIC), por lo que pedimos al Ministerio de Cultura que establezca los obligados entornos de protección de los edificios estatales señalados, y a la Dirección General de Patrimonio Cultural de la Comunidad de Madrid -por su competencia en el Recinto Histórico de Madrid, también declarado BIC– que eviten esta inesperada agresión a tan singular conjunto de la capital.
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