"No se puede vivir en el pasado" suele ser la frase favorita de quienes tratan de achacar nostalgia y melancolía a aquellas personas que nos negamos a desterrar la estética de nuestras vidas, "lo viejo" que dirían. Y efectivamente: sólo existe el presente. Nadie vive en el pasado, pero parece que hay a quien le irrita lo que viene de antes. Quien vive de lo "nuevo por lo nuevo" ve todo lo demás como cosas viejas a sustituir, sin darse cuenta que no hay nada más viejo que el sol, el mar o las montañas. Eso forma el territorio, el marco en el que se ha desarrollado la Historia de la Humanidad y sus diferentes culturas; ese entorno es nuestro paisaje común. Además de esos espacios naturales, se suma lo que el ser humano ha transformado -habitado- a su beneficio desde la prehistoria.
El paisaje es, en definitiva, lo que heredamos de un pasado inmemorial y remoto. Y la contemplación de ese universo que nos rodea es la estética: la capacidad de observar las cosas fuera del tiempo y abstraerlas. Para hablar del Patrimonio Histórico es preciso comprender que se trata de valorar ese mundo, como un todo inmutable que compartimos con generaciones anteriores y futuras; y precisamente peligra la transmisión a las futuras si lo deformamos hasta el punto de que no sea reconocible. Ese daño sería irreparable.
Así que no nos engañen, que reivindicar el Patrimonio Histórico en todas sus acepciones (artístico, natural, inmaterial, antropológico, arquitectónico, industrial, etc.) no es otra cosa que reconocer, a través del cultivo propio y de la formación de nuestras miradas, el mundo que nos rodea. El mundo de hoy, que es el mundo de ayer con la potencia de ser vivido, experimentado y disfrutado; también transformado. El cambio es parte esencial del transcurso de la vida y el tiempo.
Sin embargo, el alto grado tecnológico alcanzado en la actualidad separa la escala humana de la potencialidad de sus actos, haciendo posible producir grandes cambios descontrolados que alteran la pausada acumulación de los siglos. Si antes trazar una carretera suponía estudiar el mejor sitio para requerir la menor intervención, dado que todo se hacía con medios de sangre (personas o animales), ahora da igual el obstáculo que se interponga en el camino; si son montañas se perforan, si son colinas se eliminan, si son valles se vuela por encima con grandes puentes.
¿Y a dónde queremos llegar? A la velocidad con que se vive en un mundo altamente tecnológico, pues repercute directamente en la calidad. Se trata de que nos están vendiendo lo falso en lugar de lo auténtico. La calidad de las cosas en un mundo que cada vez se consume a mayor velocidad y con menos tiempo para saborearlas, tiende a empeorar. Y es que ya no exigimos que las cosas sean auténticas o buenas, sino que estén en apariencia bajo el criterio de qué y cómo recordamos. Pero hasta el recuerdo se manipula, y por eso el Patrimonio Histórico es a veces incómodo.
Ahí es cuando llega un empresario chino a proponer tirar el Edificio España y reconstruirlo en igual apariencia en tres cuartas partes. En principio una reconstrucción de algo desaparecido no tiene por qué ser negativa, salvo que el propósito sea hacer desaparecer la auténtica en pos de su réplica, y en este caso para poder deformarla a antojo de las expectativas económicas y lucrativas exclusivamente del negociante.
Una sociedad adormecida
Como sociedad hemos sido impasible ante la fiebre constructora, que se ha convertido en una industria de fácil acceso para los más 'espabilaos' sin ningún escrúpulo hacia la ciudad, hacia el paisaje. En la fiebre de la construcción lo importante era hacer del suelo un producto mercantil. Lo malo es que ha sido y es un negocio tan rentable que despierta la codicia sin miramientos, y ahora -con la periferia ya abrasada- van a por el centro de las ciudades, un espacio de valor real y estable para la inversión. Para las grandes cifras económicas abstractas las ciudades y sus habitantes somos simples números, cantidades y productos.
¿Y por qué sucede esto? Porque la sociedad consiente. La ciudadanía fue asustada durante cuarenta años de dictadura. No se podía rechistar. Llegó la democracia y reinó la tranquilidad porque se delegaba todo a una votación cada cuatro años. La mera posibilidad de cambio ya nos parece suficiente, pero entre tanto vemos que no. Que quienes gobiernan en muchos casos lo hacen para que sigamos siendo números.
Por eso se cambiaron ordenanzas y la ley de Patrimonio, descatalogando dos monumentos nacionales como las sedes bancarias de Canalejas. El mayor vaciado urbano en pos de un supuesto lujo lleno de pletinas de bronce y luces estrambóticas, todo blanco albino inmaculado y deslumbrante. Porque el lujo ya no es un bronce repujado, frisos de mármol esculpidos, vidrieras emplomadas, estucos o trabajos de ebanistería fina, el lujo ahora es que brille un plástico satinado y tenga muchas lucecitas. Hemos perdido los oficios, lo que se trabajaba con las manos, lo artesano... en definitiva ¿hemos perdido el gusto?
El Patrimonio Histórico está cuajado de miles de detalles hechos a mano. Hemos recibido una herencia de todo lo que se hizo en épocas en las que no había máquinas para plegar chapones de aluminio, por eso el centro de las ciudades está lleno de saber, de conocimiento, del gusto por las cosas bien hechas. Ahora se pone un perfil de aluminio, un panel de cartón yeso y ya tenemos una pared puesta. Eso sí, que suena a hueco porque no tiene alma, literalmente.
La presión de las asociaciones de defensa del Patrimonio
La Administración Pública, a través de sus organismos competentes no está por la labor de estudiar y conocer sus edificios más valiosos, y así es como asociaciones como Madrid Ciudadanía y Patrimonio tienen que estudiar por su cuenta la historia de la arquitectura madrileña para ponerla en valor. Es más, los poderes públicos no parecen darle demasiada importancia a las cuestiones de Patrimonio, supeditándolas siempre a intereses económicos o estadísticos; poco parece importar que en el Ayuntamiento de Madrid no exista un departamento oficial de arqueología o que se hayan adaptado las normativas para dar curso a grandes inversiones, o que haya "muchísimo interés en la Comunidad de Madrid, y en la Dirección General de Patrimonio sobre todo, en no entorpecer todos estos proyectos urbanísticos".
Desde las asociaciones cívicas se mandan continuamente solicitudes de protección para bienes únicos que son continuamente desatendidas y al final la única salida es defenderlas en los tribunales; así se tumbó la quinta parte de la propia ley 3/2013 de Patrimonio de la Comunidad de Madrid, el Plan Especial de Torre Arias que permitía demoler gran parte de los edificios agropecuarios originales, o el proyecto de oficinas del Arzobispado en los históricos jardines del Seminario, más conocido como 'Minivaticano', el pleito por el conjunto del Dolmen de Dalí, o contra la cesión del Palacio de Boadilla del Monte... por no hablar de los procesos ganados por Ecologistas contra el plan del Bernabéu, de Mahou-Calderón o de la propia M-501, entre otros muchos.
Y es que el Patrimonio Histórico entra de lleno en el conflicto con intereses de privatizar el lucro de propiedades públicas cuyo uso ha quedado obsoleto o intencionadamente infrautilizado, como fue el caso del Taller de Precisión de Artillería (TPA) derribado en diciembre de 2016, o la gran operación de las Cocheras históricas de Metro en Cuatro Caminos, pendiente aún de que se apruebe (o no) y con un contencioso administrativo admitido a trámite para intentar salvarlas una vez más por la vía judicial.
Pasividad de las administraciones
Lo tremendo es que en muchos de estos casos el principal obstáculo para la salvaguarda del Patrimonio y los Bienes Culturales es la inacción pasiva o deliberada de los responsables públicos que deberían ejercerla. Y en ese sentido cabe incidir en lo mucho que están tratando desde el ámbito regional de sacralizar la figura de Bien de Interés Cultural para no ser merecedor de tal régimen más que contadas excepciones: los ya recogidos, y los menos incómodos. Para ello se amparan en las definiciones de Patrimonio como Artístico o Arquitectónico, sin valorar los aspectos inmateriales, los hechos culturales o el Patrimonio Industrial.
Distintos colectivos, bajo el precepto de acción pública, han solicitado que mediante una de las dos figuras presentes en la vigente ley de Patrimonio - Bien de Interés Cultural (BIC) o Patrimonial (BIP)- se protegieran el Palacio de la Música, el Real Canal de Manzanares, los Jardines del Seminario-Duques de Osuna, el conjunto del Colegio Imperial y Palacio de Sueca, la Quinta de Torre Arias, la Dehesa de la Villa, las Cocheras de Metro en Cuatro Caminos, el conjunto de iglesia y casas parroquiales de Las Rozas, la casa de Vicente Aleixandre, la casa de Peironcely en Vallecas fotografiada por Robert Capa, etc.
Ninguna de las peticiones ha sido considerada (salvo el Teatro Albéniz que se logró proteger a golpe de sentencia). Muchas ni siquiera han sido contestadas, y las que sí han sido denegadas "por no concurrir valores arquitectónicos suficientes como para merecer la protección del más alto nivel", en ese esfuerzo por reducir el amparo de la ley aun incluso contra la propia Constitución Española, que en su artículo 46 reconoce el derecho al Patrimonio siendo una obligación de las administraciones públicas su protección y enriquecimiento.
Esto no es un concurso de belleza ¡debemos exigir que se protejan estos lugares! La casa de Vicente Aleixandre merece una protección singular porque es un lugar de memoria, un referente en la literatura al haber pasado por allí toda la Generación del 27, la casa de Peironcely es el escenario de una imagen que dio la vuelta al mundo para condenar el drama de la guerra y las Cocheras de Metro son el origen del primer suburbano en España.
Lo que está claro es que en buena medida la conservación del Patrimonio y el legado histórico depende de la sociedad y define el grado de cultura y educación de una nación. Somos la ciudadanía quien ha de exigir a los responsables políticos que cumplan sus obligaciones como meros administradores del bien público que son.
Y no se dejen engañar por declaraciones institucionales autocomplacientes: quienes salvaron el Edificio España fueron los agentes sociales y los colectivos ciudadanos, no el Ayuntamiento ni la Comunidad de Madrid. Despierten -despertemos- o mejor dicho, ¡muévanse! (¡movámonos!).
El mundo de hoy será el mundo de mañana.
Álvaro Bonet
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