Que no nos "Manguen" el Palacio de la Música

Por mcypweb, Jue, 21/02/2013 - 14:56

El Palacio de la Música corre un serio riesgo de ser destruido en su interior, para convertirlo en un local comercial (probablemente de la empresa Mango), debido a la imposibilidad de la Fundación Bankia de financiar la finalización del proyecto de recuperarlo para su uso original como auditorio musical, a la falta de voluntad y sensibilidad de unas autoridades municipales que hacen total dejación de su función protectora del patrimonio histórico artístico, y a la inoperancia de las autoridades autonómicas que no han declarado aún Bien de Interés Cultural un edificio de reconocido valor. Ya han surgido plataformas ciudadanas en la defensa de la integridad de este edificio, y desde Madrid, Ciudadanía y Patrimonio apoyamos estas iniciativas para evitar este grave atentado, que supondría una pérdida incalculable.

 

Un valioso local histórico

 

El Palacio de la Música se encargó al arquitecto Secundino de Zuazo Ugalde como sala de conciertos y cinematógrafo en 1924, y se inauguró el 13 de noviembre de 1926  con un concierto, proyectándose al día siguiente la película muda La Venus Americana, aunque en 1929 se convirtió en una de las salas pioneras del cine sonoro en España. A partir de la reconstrucción que se hizo del escenario en 1932, a raíz de un incendio, se utilizó exclusivamente como cine, siendo una de las salas más populares y suntuosas de la ciudad de Madrid, que fue reconocida desde su misma construcción como obra maestra de uno de los arquitectos más importantes del siglo XX en España.

Tras su cierre como cine en 2009, se vendió a la Fundación Caja Madrid para su conversión en una sala de conciertos para 1.500 espectadores, encargándose el proyecto al arquitecto José Luis Rodríguez Noriega, que llevó a cabo la recuperación en su mayor parte de la sala original, aunque modificando la concha del escenario para adaptarla a las exigencias actuales, e implementando sobre la cubierta una sala de ensayos, que fue aceptada por la Dirección General de Patrimonio Histórico tras un largo debate, con la condición de que supusiese y facilitase la devolución del edificio a su uso cultural originario.

En los tres años siguientes se abordaron las obras con un importante coste y el trabajo de un numeroso equipo técnico de especialistas. Después, en 2012, y coincidiendo con la noticia de que Bankia, entidad sucesora de CajaMadrid, se revelase como un agujero negro financiero que la administración tuvo que sanear por un proceso de nacionalización, se paralizaron las obras, y en 2013, tras un año y medio sin progresos, la Fundación Bankia difunde su intención de vender la sala a firmas comerciales interesadas ante la imposibilidad de financiar el resto de su proyecto, y una vez más, la Administración pública muestra su buena disposición en auxilio de intereses particulares, permitiendo un cambio de uso que supone la fragmentación en varias plantas de un espacio unitario de gran calidad e interés cultural e histórico.

 

El desdén municipal por los valores culturales

 

Las declaraciones a el diario El País, del día 19 de febrero, del Delegado de las Artes Fernando Villalonga, han encendido todas las alarmas respecto al futuro del Palacio de la Música, cuando ha admitido en entrevista pública que “la vida cambia y los cines se convierten en otra cosa, es el devenir histórico, no se pueden mantener los mismos usos”, frase que completa con otras como que “el Ayuntamiento tiene como objetivo principal el empleo…”, o que “el edificio no hay que mantenerlo por un sentido romántico”. Este rosario de declaraciones más o menos pintorescas que publica la prensa, y en las que se combina la plañidera hipocresía de invocar como defensa el empleo –por quienes además lo están hundiendo con su política- con la ignorancia supina de lo que es una arquitectura monumental y el bien que supone para la ciudad disponer de espacios culturales singulares y de tanta calidad, nos ha producido a muchos ciudadanos una angustiosa sensación de pesadilla y desgobierno, al desvelar el conocimiento e intenciones de las personas que toman las más importantes decisiones sobre esta ciudad, su futuro y sus bienes. Un cargo de la importancia del delegado de las Artes, no puede valorar más una tienda -de Mango o de cualquier otra marca similar- que una sala de categoría única como el Palacio de la Música, destinada además a escenario musical. Resulta tan impropio y muestra tanta desinformación que Fernando Villalonga diga con gran desparpajo que el edificio “es un cine sólo desde 1932”, obviando que desde 1926 era además sala de conciertos -uso para el que se ha estado recuperando mediante una cuantiosa inversión-, y que además “no sería el primer cine que desaparece”, justificando alegremente la desaparición de las salas de cine y con ellas de los usos culturales del centro de la ciudad, que no podemos dejar de pensar que este señor no está cualificado para el cargo que ocupa, y que dimitiendo haría un gran favor a los ciudadanos. Para crear puestos de trabajo ya están otros cargos políticos, que bien se ocupan de convertir Madrid en un parque temático del turismo de más bajo nivel.

Fotos de facebook: El Palacio de la Música. Madrid

 

La precariedad que provoca una política errática y contradictoria

 

Este tema del Palacio de la Música -unido a otros que estamos contemplando atónitos, como las revocaciones de Edificios Bien de Interés Cultural a la medida de las pretensiones de la inmobiliaria OHL y el Banco de Santander, o las sospechosas urgencias de cambiar la Ley de Patrimonio Histórico o el Plan General de Madrid con el fin de rebajar las protecciones- sitúan a la Administración Pública en un recorrido en picado hacia el descrédito en el que se  hacen y dicen cosas diferentes. Que se hayan celebrado actos como el Centenario de la Gran Vía, gastando erario en fastos y palabrería, sin que se haya recuperado ni un solo elemento perdido de la decoración y configuración original, y que se haya acompañado de la desaparición de tiendas históricas como “Samaral” y de los grandes espacios culturales que le dieron la fama, como son sus cines y teatros. O que se haya revestido el magnífico cine Callao con pantallas publicitarias, y haya estado a punto de desfigurarse la fachada del edificio Capitol con cartelería LED, y ahora que se arroje desdeñosamente una obra maestra como el Palacio de la Música en manos de una marca que se repite en todos los “shoppings” del país, ilustra perfectamente la sensación de debacle cultural en la que se mueven unos poderes públicos infiltrados por la política de las cúpulas de poder, y en los que prácticamente ha desaparecido la autoridad de los técnicos especialistas y los criterios de excelencia.

Las leyes y las Administraciones Públicas están para defender los intereses generales sobre los particulares. Hay actividades públicas que trascienden las contingencias de lo económico, y que han de ser protegidas por la Administración pues sólo ella puede garantizarlas. Pero claro, para algunos la cultura sólo es una cuestión de romanticismo –aunque sean Delegados de las Artes-.

Fotografía de twitter: Luigi (@guixp11)

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mcyp-igor

Hace 11 años 9 meses

<h3 style="color: red; text-align: center;"><strong>y no olvidemos el cine-teatro Coliseum</strong></h3><p>&nbsp;</p><p><strong>el año 2002 el Colegio de Arquitectos solicitó a la Dirección General de Patrimonio ​la declaración como Bien de Interés Cultural de este magnífico edificio.<br />Aún esperamos respuesta.<br />El Plan General vigente lo protege.<br />El avance de la Revisión del Plan General que se redactalo define como de &quot;posible valor urbano&quot;<br />&iquest;alguien da menos?&nbsp;</strong></p><p>&nbsp;</p>

<p>Llevas toda la razón. Ahí estuvimos algunos de los que hoy formamos parte de MCyP, pidiendo la incoación del Coliseum desde el Colegio de Arquitectos con un magnífico informe de Cristina García. Y hasta hoy. El teatro se salvó por la aparición del fenómeno del &quot;Brodway madrileño&quot;, pero estuvo a punto de ser escabechado. Y cualquier día volverán a darnos el disgusto. La inoperancia de los organismos públicos, cuando no sus torcidas intenciones, es como nos tienen.</p>